Deja de ser tú by Joe Dispenza

Deja de ser tú by Joe Dispenza

autor:Joe Dispenza [Dispenza, Joe]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Divulgación, Autoayuda, Espiritualidad, Ciencias naturales, Psicología, Salud y bienestar
editor: ePubLibre
publicado: 2011-12-31T16:00:00+00:00


7

El vacío

Un día estaba sentado en el sofá pensando en lo que significa ser feliz. Mientras contemplaba lo desdichado que me sentía, pensé en que las personas que más quiero me habrían intentado levantar el ánimo diciéndome: No sabes lo afortunado que eres. Tienes una familia maravillosa y unos hijos estupendos. Eres un quiropráctico de éxito. Miles de personas acuden a tus conferencias, viajas por todo el mundo visitando lugares extraordinarios, sales en la película ¿¡Y tú qué sabes!?, y a mucha gente le encantó tu mensaje. Incluso has escrito un libro que está teniendo mucho éxito. Me habrían soltado todas las razones emocionales y lógicas por las que debería sentirme feliz. Pero sentía que me faltaba algo.

En aquel momento de mi vida estaba viajando cada semana de una ciudad a otra para dar conferencias; a veces visitaba dos ciudades en tres días. Se me ocurrió que estaba tan ocupado que no me quedaba tiempo para practicar lo que enseñaba.

Fue un momento muy desconcertante porque empecé a ver que toda mi felicidad venía del exterior y que la alegría que sentía cuando viajaba y daba conferencias no tenía nada que ver con la auténtica alegría. Tenía la sensación de necesitar a todo el mundo, de necesitar todas las cosas y cualquier lugar del exterior para sentirme bien. La imagen que proyectaba a los demás dependía de factores externos. Y cuando no estaba dando conferencias, haciendo entrevistas o tratando a los pacientes y me encontraba en casa, me sentía vacío.

No me malinterpretes, estas cosas exteriores eran en cierto modo estupendas. Si le hubieras preguntado a cualquier persona que me hubiera visto dando una conferencia, trabajando abstraído en una presentación durante un vuelo o respondiendo docenas de correos electrónicos en el aeropuerto o en el salón de un hotel, habría asegurado que parecía feliz.

Y lo más triste es que si me lo hubieras preguntado en uno de esos momentos seguramente te habría respondido de la misma forma: Sí, todo es maravilloso. La vida me va la mar de bien. Soy un tipo con suerte.

Pero si me hubieras pillado en un momento de tranquilidad, sin todos esos estímulos bombardeándome, te habría contestado algo completamente distinto: Hay algo que falla. Estoy angustiado. Todos los días me parecen iguales. Siempre sucede lo mismo. Me falta algo.

El día que reconocí la razón principal de mi infelicidad también vi que necesitaba el mundo exterior para recordar quién era yo. Mi identidad se había convertido en la gente con la que hablaba, en las ciudades que visitaba, en aquello que hacía mientras viajaba y en las experiencias que necesitaba para reafirmarme como esa persona llamada Joe Dispenza. Y cuando no estaba cerca de nadie que me ayudara a recordar esa personalidad que el mundo conocía como mía, ya no estaba seguro de quién era. Vi que toda mi felicidad no era sino una reacción a los estímulos del mundo exterior que me hacían sentir de un cierto modo. Comprendí que era adicto a mi entorno y que dependía de los estímulos externos para alimentar mi adicción emocional.



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